REFLEXIONES LIBERTARIAS
¿EL MILAGRO DEL VOTO?
Ricardo Valenzuela
WWW.VARIC.BLOGSPOT.COM
Durante toda su vida independiente México ha
transitado una ruta entregando su fe y su futuro a una sola cosa, el enunciado
de una revolución ya caduca: “Sufragio efectivo.” Aun ante los histéricos
gritos de AMLO y su pandilla plesbicitaria, pregonamos el gran logro de haber
arribado a la verdadera democracia representada por el voto. ¿y ora?
El voto en una democracia es un buen
elemento y ha probado, no muy efectivamente, ser un contrapeso para ese fatal
virus conocido como estatismo. Es un hecho que Hitler fue electo en Alemania, Chávez
en Venezuela, y Evo Morales califica a Fidel Castro como demócrata. Ello nos
debe alertar que, sin contrapesos, las mayorías tendrían el poder de votar
cualquier cosa en detrimento de las minorías.
En los EU, como Jefferson afirmara,
“democracia no es más que el mandato de gentuza donde la mayoría cancela los
derechos de las minorías,” al abandonar los principios de sus fundadores
quienes sabiamente formaron una República, diferente a una democracia, el 51%
de la población se ha dedicado a votar para despojar al otro 49%.
Por ello, ante la euforia de los
“demócratas mexicanos,” expreso tres principios que, en mi opinión, son mucho más
importantes que ese logro del que orgullosamente presumimos, sufragio efectivo.
Estado de derecho. Durante 99% del transitar de la humanidad por la sinuosa ruta de
la historia, el poder político se ha ejercido caprichosamente, sin límites e
injustamente, por unos cuantos. La gran innovación de los países occidentales,
ha sido el llegar a controlar ese poder político con el arma de la ley.
Justicia criminal, disputas, contratos etc, operan basados en un conjunto de
leyes conocidas por todos.
Ante la algarabía democrática, nuestro elusivo
estado de derecho enfrenta un sin numero de amenazas. Uno de los aspectos más
importantes en una nación de leyes, es que legalidad o ilegalidad pueden ser
objetivamente determinadas claramente por reglas escritas y bien entendidas.
Sin embargo, regulaciones masivas y nuestras estructuras fiscales, han creado
otro tipo de reglas sujetas a cambios constantes al antojo de ese cuerpo
regulatorio. Cada día miles de personas o empresas son acosadas, agredidas y
desangradas por la arbitraria interpretación de oscuras regulaciones.
Y como afirma Luis Pazos: “Si no
existe un entorno que estimule y garantice el crecimiento, una sociedad puede
estancarse o retroceder con el pasar de los años. Hay sociedades nuevas como la
de los EU, la canadiense o la australiana, donde, al darse ese entorno, han
alcanzado mayores niveles de crecimiento y desarrollo que muchas de las
sociedades antiguas.”
Santidad de los derechos individuales: En una “democracia” armada con un firme estado de derecho, siempre
hay la posibilidad de aprobar ciertas leyes como el prohibir se critique y se hiera
los sentimientos de otros. Pero lo que no permite ese tipo de legislación es la
libertad de expresión, o más claro, el reconocimiento que los individuos tienen
derechos que ninguna ley o voto les pueden expropiar. Nuestra Constitución
define esos derechos, pero si la sociedad no tiene el deseo, el valor, o el proceso
político para que la Constitución rija con pureza, no vale el papel en que se
imprimó. Y un país poblado por ciudadanos sin derechos, es un país condenado a
marchitarse.
El gobierno es nuestro sirviente: El concepto medular que le diera vida a las democracias modernas,
se fundamenta en el principio de que los derechos individuales no son emanados
del gobierno y, como lo afirmara Looke, son anteriores a los estados y nuestra
herencia natural (Los Derechos Naturales del Hombre). Los gobiernos sólo se
justifican cuando se comportan como lo que deben ser, sirvientes para proteger
nuestros derechos y no la fuente de la cual brotan para repartirlos a su
criterio y conveniencia.
Pero los estatistas de todos tipos y
señales, siempre han abogado por la creación de alguna gigantesca entidad a la
cual el individuo se debe subyugar: El PRI, el proletariado, la ONU, el bien común,
Dios, la raza superior, Telmex. Pero todos ellos coinciden en una cosa: Promover
el que los gobiernos del mundo sacrifiquen unos grupos en beneficio de otros.
Su nueva estrategia ha sido la invención de
un laberinto de no-derechos para sustituir los verdaderos. Con ello abren el gran
menú del derecho a la salud, al trabajo, a la educación, a la vivienda, a la
diversión, al bacanora y a la felicidad. Pero en una sociedad libre, esto es sólo
una red para provocar la dependencia y una aberración puesto que no pueden
existir a menos que una persona, con el arnés muy apretado, se le obligue a
proporcionarlos a otra. Los no-derechos son todo lo opuesto a la libertad y requieren
de la esclavitud de un grupo para servir a otro.
Un viejo y conocido estatista exclamaba: “El
crecimiento de la población no solo atenta la calidad de vida, es también un
peligroso atentado en contra de nuestras libertades. Cuando México tenía 50
millones de habitantes, mi voto era uno entre esos 60. Pero ahora que somos el
doble, soy uno de esos 100 millones por lo que mi voto y su impacto, decrece cuando
se diluye al ritmo que aumenta la población.”
Pero yo pregunto, en una sociedad regida
por la ley protegiendo nuestros derechos individuales ¿Cómo es que el diluir mi
voto reduce las libertades? La única forma posible, y es lo que mora en la
conciencia del estatista, es si acudimos al gobierno, como al barbaján de la
guerra, a través de diferentes partidos políticos pretendiendo alcanzar la mayoría
para luego saquear a las minorías. Si ese es el caso, la libertad y el estado
de derecho han fallecido y ya no importa que mi voto no sea sanforizado.
El argumento de que al diluirse el poder político
se pierde la libertad, es totalmente contrario al pilar sobre el cual descansa
la democracia liberal: “La libertad y la justicia requieren limitar ese poder político
que durante toda la historia fuera ilimitado y ejercido por unos cuantos.”
Nuestro cambio—definido por esa libertad
con justicia—solamente lo podremos lograr blandiendo el principio de que
nuestros derechos individuales son nuestros, naturales y anteriores al estado. Y
claramente entender la responsabilidad de los gobiernos debe ser protegerlos, nunca
repartirlos, racionarlos o venderlos.
Sin esta sagrada creencia en el corazón de los
mexicanos, todas las instituciones desde el voto, estado de derecho, la
Constitución etc, ante la apatía de unos y el maquiavelismo de otros, con el
correr del tiempo, de nuevo serán abortadas y con ellas el elusivo cambio que,
mirando los rios de sangre, hemos esperado durante 200 años.